sábado, 22 de enero de 2022

DHARANA: CONCENTRACIÓN EXTREMA

 



Dhāranā es aquello que mantiene sujeta o atada la mente en un punto. Aunque, en realidad, Dhāranā marca un área o cerco alrededor del objeto que hace de soporte a la concentración, de la misma manera que un arquitecto (concentrado en los planos de una vivienda) circula del sótano a la planta baja y de ésta a la azotea, sin dejar de estar atento a la globalidad de su proyecto. Así, esta concentración de la que hablamos en Yoga no es sólo un punto, sino también un área de atención.

Hay un cierto movimiento cognitivo necesario para integrar todas las partes de un todo y darle así profundidad. Ese esfuerzo de concentración que hace la mente afianza una barrera para frenar con ella la dispersión. El o la arquitecto, en ese momento, puede recibir una llamada de su teléfono, oír un ruido extraño o ver algo atractivo a través de la ventana, pero la concentración minimiza la posible fuga de la atención sobre los planos del edificio que está diseñando.

La atención es una cualidad innata de la mente, y cuando la perdemos, es que se ha producido algún bloqueo o distorsión que es necesario revisar. Tiene atención el águila que rastrea el matorral en busca de alimento y la serpiente que se camufla entre el follaje a la espera de su presa. Cierto que el ser humano ha desarrollado una capacidad de atención extraordinaria y cualquier persona, en sus quehaceres más básicos, utiliza siempre grados variables de ella. Pero a menudo estamos lejos de utilizar el potencial de esa capacidad asombrosa y nos comportamos como elefantes en el interior de una cacharrería.

La mente, a través de los sentidos, capta los estímulos con los que, procesados adecuadamente, recrea la realidad. Seguramente, aquello que refleja nuestra mente dista mucho de la realidad íntegra que tenemos delante; la mayoría de las veces es una imagen pobre de aquélla, aunque siempre logramos que sea una imagen operativa que nos permita interactuar con ella de forma efectiva.

Muchísimos de los fallos que cometemos tienen su origen en la falta de atención o en una concentración insuficiente. Lo interesante de nuestros errores es que facilitan una especie de autocorrección, como cuando colocamos la flecha, tensamos el arco, apuntamos a la diana y disparamos. Si nos alejamos del centro de la diana, modificamos en el siguiente lanzamiento la tensión del arco y su orientación hasta que, poco a poco, ajustamos nuestra intención con el efecto real de cada tiro.

Darle la vuelta al calcetín de la mente no es nada fácil. Para no ser tentados por el calidoscopio del mundo hay que desarrollar el desapego. Nos desprendemos de las cosas y de los seres cuando comprendemos al fin que la base que las sostiene no es del todo real. Muchas veces es ilusoria la estabilidad que promete una relación; es irreal también la salvación que promulga una religión; es ingenua la igualdad que sentencia una constitución. Para leer y comprender el mundo de forma adecuada, primero hay que conocerse a uno mismo y para ello, hay que enfocar la atención hacia adentro.

La naturaleza de la mente es de variabilidad. Es como el viento que puede cambiar de dirección con suma facilidad. Si queremos salir de una mente dispersa tenemos que cambiar de tendencia, aunque es posible que no lo podamos hacer de forma radical. Si vamos en bicicleta, basta con dejar de pedalear para que la bicicleta poco a poco se detenga. La práctica del Yoga introduce elementos de ese cambio de tendencia. A más concentración, menos dispersión. De ahí la necesidad de que la práctica sea continuada y sólida, pues cuando somos intermitentes, la dispersión empieza a ganar fuerza. Es necesario crear un hábito de concentración e ir, preferiblemente, desde los soportes más burdos a los más sutiles.



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